Arrancamos un Sábado por la mañana rumbo a Las Tablas. Entre huir de la jungla de cemente e ir para apoyar el reinado de una sobrina, teníamos razones suficientes para emprender el viaje. Divertido y lleno de actividades nos resultó el paseo improvisado. Llegamos un poco pasado el medio día, justo para el almuerzo hecho por Doña Pastora. Carne guisada, arroz blanco y plátano maduro estilo santeño. ¿Qué más puede uno pedir de tal recibimiento?
Con los estómagos llenos, nos sentamos un rato para actualizar noticias con la abuela. Conversación clásica que tiene lugar a puertas de la casa y sentados al ritmo de la mesedora. Entre risas y un fresco que pasó cerca, descansamos del viaje. Un poco estresante el viajecito… ¿la razón? Nos fuimos en el auto de mi esposita y yo estaba al volante….mmm…error. Esto significa: ¡Amor vas muy rápido! (iba a 75 KPH, el límite era 90-100) ¡No te pegues a los carros! – Tenía dos-tres carros de distancia al más cercano. ¡Suaveeee con el carro! – pasando por un dizque “bache” en la carretera. En fin, hombres manejando el carro de su novia o esposa— ustedes entienden que es lo que es.
Ya relajados, emprendimos rumbo con la abuela hacía “El Muñoz” (yo todavía al volante…en el carro de mi esposa). Queríamos pasar a visitar a Doña Margara, artesana de sombreros pintaos, hermana de Doña Pastora. Allá fuimos a dar. Nos recibe una gran algarabía por la repentina y sorpresiva visita, lleno de sonrisas y abrazos dando la bienvenida.
En esta ocasión, nos acordamos de traer las fotos que le tomamos hace un año atrás. Sí…hace un año. Nunca es tarde cuando la dicha es buena. En fin, cumplimos con la misión de entregar el pequeño regalo a Doña Margara. Muy contenta al ver las fotos que le regalamos. Mientras charlamos, nos prepararon un Seren de maíz. Yo en lo personal no lo conocía, ese día dije mucho gusto, soy Juan al Seren tableño.
Para los que comparten mi duda en aquel momento, el seren es una especie de pesada como la de nance, pero hecha de maíz nuevo. La misma tiene un toque dulce propio del maíz, y puede agregarse azúcar u otro endulzante. El mismo es servido calientito, con leche evaporada (es decir, Ideal) y queso blanco. ‘Taba bueno carajo. Que me reciban así siempre.
Aprovechando el buen humor y las sonrisas luego del rico seren de maíz, tomamos otras fotos para la posteridad a la familia de Doña Margara. No podía desperdiciar la oportunidad.
Horas después, persiguiendo la luz del atardecer, partimos hacia el área de “Las Comadres” (Yo manejando de nuevo…¿Seré masoquista?). Llegamos justo a tiempo, la tarde estaba preciosa y aprovechamos para hacerle unas fotos a mi esposa y su abuela, Doña Pastora, ahí cerca del mar.
En ese relajo pasamos fácilmente una hora y media. No necesariamente fotografiando, pero disfrutando del paisaje y hablando amenamente con los presentes en el lugar. La abuela tiene un horario estricto de alimentación, por lo que era hora de cenar. Fuimos a un lugar (adivinen quién estaba al volante) que nos parecía bueno por pasadas experiencias, pero en esta ocasión…comimos para sobrevivir. No diré más.
Regresamos a la casa para alistarnos para asistir al evento principal del día: El Concurso de Pequeñas Reinas. Mientras cenamos y arreglamos, el celular sonaba periódica e insistentemente, preguntando por nuestra ubicación. No somos los más puntuales, así que el azote telefónico era merecido.
Bueno, a La Enea de Guararé, Provincia de Los Santos fuimos a dar (con mucha ayuda de Waze, y yo manejando). Para apoyar la participación de la sobrina. Llegamos justo a tiempo. Aún no empezaba el concurso.
Era toda una algarabía, mucha gente contenta, muchos niños inquietos y ya con sueño, pero todo bien. Había cantadera, conjuntos típicos, bailes y toda una gama de actividades folclóricas. Descubrí que la barra nuestra era representada con el color turquesa… mi suéter era rojo (de otra barra). Todos me miraban con caras diciendo “infiltrado”. Pero bueno, chino en el interior con cámara en mano = fotógrafo de la barra (si no hubiera tenido la cámara, me hubieran confundido con el chino de la tienda).
La mecánica del concurso era simple: un sorteo con una sola ganadora, aquella que tuviese la dicha de tomar el sobre con el papel que dice “Reina”. Fácil, sencillo, sin peleas. Eso sí, la barra turquesa, por bulleros, estruendosos y alboratados ganamos como la mejor barra. La barra de la sobri.
¿Quién ganó? La más pequeña del grupo. Esa niña si estaba en el papel: sonrisas, poses, estaba en la suyo. Muy bonita la actividad, algo diferente a las luces y coreografías de la jungla urbana.
¿Lo que más me gusto/sorprendío? El amor y sabor a lo nuestro, que desde pequeños le inculcan a los niños. Todos bailando y salomando con gusto al son del tamborito. Vivir estás experiencias no tienen precio. Hay una autenticidad que puedes sentir en el ambiente. La misma es difícil de conseguir en la capital. Dan ganas de mudarse para allá. Esa alegría, esa trova, ese cantar al repicar del tambor, dejo una marca en mi mente y mi corazón: “¡Ojuueee!”
Adivinen quién manejo al regreso…